Hace unos días os conté que este mes iba a ser importante porque habían muchas cosas en juego: resoluciones de concursos, el resumen de la novela, quizás escribir algún relato más... Pero se me olvidó comentaros que este también iba a ser un mes en el que iba a poner fin a una de mis excusas más antiguas excusas para no escribir.
Veréis, siempre he sido bastante bueno imponiéndome excusas para no escribir. A veces he tenido que encontrar una libreta perfecta para encontrarme cómodo escribiendo, o un lápiz en especial (porque suelo escribir con lápiz), o en lugar de una libreta he querido localizar un cartapacio para poder añadir o quitar hojas libremente... Pero en muchas de esas ocasiones, una vez ya conseguía aquello que detenía mi creatividad (totalmente falso, lo confieso) tampoco me ponía a la labor de escribir. A veces han sido excusas poco costosas, como las que he comentado... Otras lo pueden ser más, y a estas voy a referirme.
Siempre he querido tener un portátil. Me he imaginado cientos de veces en cafeterías y viajes por el país con mi portátil a cuestas y mis historias creciendo al ritmo del repiquetear de sus teclas. Una excusa como cualquier otra, porque al final, y pese a que nunca me he comprado uno porque me parecían demasiado caros para merecérmelos, han llegado a mis manos unos cuantos. Todos viejecillos, eso sí, pero tengo por hobby ir reciclando relíquias tecnológicas para alargar su vida un poco más. De hecho en estos momentos escribo esto en uno de ellos, un modelo que data del 2004 y que es el único al que la batería le aguanta una hora sin enchufe. El resto, porque tengo más, no tienen batería, tienen la tarjeta gráfica rota o son, como todos los que pululan por aquí, un poco lentos incluso para teclear texto. El caso es que, aunque sean portátiles rocambolescos, no he hecho tantos viajes ni he ido a cafeterías bohemias con ellos como esperaba. Y mucho menos, he escrito tanto en ellos como para desgastar sus teclas. Todo había sido una excusa más.
Desde que el proyecto de la novela empezó a crecer en mi mente, también me interesé por software que me permitiera gestionarla cómodamente. Y en cuanto realizas una búsqueda de ese tipo en San Google, el nombre que aparece como la panacea en cuanto a herramienta para novelas es Scrivener, un programa hasta hace poco disponible sólo para ordenadores Mac. Desde ese momento, consideré comprarme un portátil Apple, para así matar dos pájaros de un tiro: tener un portátil decente y tener el mejor software para escritura que se conoce (al menos eso dice). Pero como siempre, mi lado razonable ha ido alargando esa decisión, hasta el punto que ahora no me sería necesario tener un Mac para poder disfrutar de ese programa, porque ya existe versión para Windows.
Siempre he creído que los productos Apple son productos con calidad, pero a los que se les sube el precio de forma descarada por tener una manzanita. Pero a pesar de ello, y de que me duele horrores invertir una cantidad tan grande de dinero en algo que podría conseguir con otro portátil, hay otras circunstancias que me han empujado a decidirme a comprar finalmente un portátil Mac. Principalmente, que además de para la escritura, lo utilizaré para intentar mi salto a la programación de móviles iPhone, para los que es imprescindible tener un ordenador de este tipo, si no quieres acabar con muchos dolores de cabeza. ¿Es esta una excusa más? Pues puede que sí, ni yo mismo lo sé a ciencia cierta.
¿Y qué tiene que ver todo esto con Junio? Es muy fácil. El próximo lunes día 10 se presentan los nuevos portátiles Apple (según la rumorología) y esta vez es casi seguro que uno de ellos irá a parar a mi mesa. No está mal después de casi 10 años soñando con mi primer portátil, ¿no? Ojalá la espera merezca la pena y no me arrepienta de la compra. Si llego a hacer el pedido y no me tiembla la mano demasiado, os lo presentaré en sociedad cuando llegue a casa. Os parecerá una tontería, pero tengo unas ganas de tener un teclado que se ilumine para escribir cuando se empiece a hacer de noche... @_@